(Texto efímero de 2007 que desaparece con el nuevo día) Tenemos una vecina que se llama Paloma…

Paloma es alta y morena. Educada y silenciosa, saluda cortésmente cuando entra al portal, cargada de brazos y hombros, camino de su piso: un primero interior.

Paloma tenía un marido y un hijo, pero ya no están. El marido la dejó –probablemente cansado… Si no más- y al hijo adolescente se lo quitaron hace poco. Paloma está sola y sufre de una esquizofrenia, para nosotros –los vecinos- aguda, pero para los médicos no lo suficiente como para internarla, si es que hoy se puede internar a alguien por este mal. Paloma no tiene trabajo, pero suponemos que recibe alguna pensión.

A Paloma le gusta la música. Lo sabemos por lo que escucha y nos hace escuchar. Una y otra vez reproduce el mismo disco the los Beatles, suponemos que para compartir su sufrimiento con los vecinos… Y con el barrio, porque Paloma descuelga el auricular del portero automático y acerca el altavoz al micrófono, para que todos la disfruten, quieran o no, desde la mañana de un día, a la del día siguiente.

A Paloma no le gustan las cosas en general, ni las suyas, ni las ajenas. De vez en cuando tira objetos contra la puerta de la vecina, una mujer mayor que nació en esa misma casa cien años antes, como si estuviera realizando un sortilegio para liberar su alma de algún oscuro terror. Otras veces llena bolsas con «cosas», dejándolas en la basura, algunas recién compradas y envueltas en su embalaje original. A Paloma no le importa el valor de esas «cosas» porque ha perdido la noción del valor, o valora otras «cosas»…

Paloma no come -salvo chocolatinas-; ni lava –porque inundó la casa-; ni tiene calefacción –porque arrancó los radiadores-; ni tiene familia –porque agotó su paciencia-….

A Paloma se la llevaron un día a la fuerza, tras reventar su puerta a martillazos para evitar que quemase el edificio, y la devolvieron unos días después, supuestamente “curada”. Paloma, sin llaves de su casa, se sentó sobre el contador del agua durante cuatro horas y preguntó si habíamos visto a su hijo, y si sonreía cuando le vimos.

Paloma ha vuelto a su casa y no se medica. Los sabemos por el despertador, que día y noche le avisa de algo que desconocemos. Algunos le ofrecen comida, ayuda, pero Paloma no quiere, ¿o no es Paloma, sino otra «ella»?

Tenemos varios temores, como Paloma. Por un lado está ella, sola y sin ayuda, por otro nosotros, que subimos las escaleras mirando por el rabillo del ojo a aquella puerta entreabierta al fondo del oscuro pasillo.

ESTO FUE PARTE DE UNA NOTA QUE ESCRIBÍ HACE QUINCE AÑOS, PARA SOLICITAR AYUDA PARA UNA MUJER QUE TENÍA UN INFIERNO DE ENFERMEDAD EN SU CABEZA. UN DÍA DESAPARECIÓ. NO VOLVIMOS A SABER DE ELLA. HEMOS VISTO A SU EX MARIDO, ALGUNA VEZ. PERO NO QUEREMOS PREGUNTAR… SU HIJO PASÓ VARIOS MESES PASEANDO POR LA ZONA, RAPEANDO A VOZ EN GRITO ESTROFAS QUE NO TENÍAN INTENCIÓN DE RIMAR CON NADA. ESTABA EN TRATAMIENTO POR EL MISMO MAL QUE TENÍA SU MADRE. NO LE ESCUCHAMOS DESDE HACE MÁS DE UN LUSTRO. POR SUPUESTO QUE ELLA NO SE LLAMA PALOMA.

Acerca de Felipe Mellizo

Soy guionista, casi periodista, padre, pareja, ex-golfo, ex-aventurero, comilón, bruto, y seguidor del Atlético de Madrid.
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