1984-2024

En 2024 se cumplen 40 años de mi entrada en Radio El País, una efeméride que tuvo un valor especial en mi vida.

1984 había empezado con mi expulsión de la Armada, a donde llegué tras demostrar mi incompetencia en otras áreas, en un intento desesperado de mi padre porque enderezase mi vida. Peleas, fiestas, delitos pequeños y medianos, falta de valores… En paralelo a mi decadencia, mi padre crecía profesionalmente, alcanzando un nivel de fama y respeto inesperado, que culminó con el Premio Nacional de Periodismo.

Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles me hicieron olvidar mis carencias durante un tiempo, en nuestra casa de Torrevieja. Con la ayuda de todos los estupefacientes que se cruzaban en mi camino llegué hasta el otoño, esquivando desastres mayores por puro azar. Saltando de una emisora a otra, enchufado por mi padre, fui ganando experiencia en el mundo laboral, hasta que surgió la oportunidad de entrar en una nueva emisora, Radio El PAÍS. Tras un primer intento fallido, pude incorporarme al equipo, en donde no tardé en hacer amigos.

[Mi padre tenía una estupenda relación -creo, aunque nunca se sabe-, con los directivos del diario El País. Desde Juan Cruz a Polanco, pasando por Julio Alonso, Javier Baviano, o el mismo Cebrián. Supongo que sería por mediación de este último por lo que me contrataron como técnico de sonido en uno de los más atractivos proyectos de la historia de PRISA].

La emisora, que ocupaba el 105.4 del dial de la FM (Hoy CADENA SER), había nacido un año y medio antes, con un gran despliegue publicitario encabezado por el mismísimo Enrique Tierno Galván. Contaba con un equipo joven y talentoso dirigido por Costa primero, Roldán después, y finalmente José María “Pepo” Baviano.

Desde mi punto de vista, que no es decir mucho, la plantilla con la que me tocó convivir se podía dividir entre periodistas puros (J.M Contreras, Luis Fernández, Pilar Falagán, Ernesto Estévez, Pilar Rodríguez, Jesús Serrada, Javier Pérez, Ricardo Cantalapiedra, Carmen Pérez Tortosa (Tortu), José Ramón Pindado, Pedro Paniagua, Emilio de la Peña, Juan Ramón Lucas, Carlos Llamas, Gema Rodríguez, Denise Cook, Jaime Roza, Montse Fernández Villa, Felipe Pontón…); Periodistas y locutores de programas musicales y de entretenimiento (Moncho Alpuente, Javier Pérez de Albéniz, Andrés Varela, Santiago Alcanda, Máximo Pradera, Almudena Belda, Igor Reyes, Carlos López Tapia, Ana Pécker, Jorge Flo, José Ramón Rubio, Nacho Sáez de Tejada, Marisa Bas, Julia Gil, Kike Tourmix, Luis Mario Quintana, Fernando Martín, Merche Yoyoba, Alfredo Díaz…); Técnicos de sonido y personal de gestión y organización (Alberto Bonilla, Manolo, Jerónimo Florit, Jesús Sánchez, José Antonio Guisasola, Juantxo Rollo, Belkis, Pedro Pérez, el gran Aurelio, la chica de la fonoteca…); Amigos, redactores, y colaboradores del periódico y la radio (López Iturriaga, Jorge Luis Ron, Alex Grijelmo, Víctor Mato, A. Martínez Roig, C. Yarnoz, Luis Gómez…); Y alguien que como no valía para nada servía para todo (YO). 

[Más adelante, cuando empezaron las prácticas, José Miguel Contreras trajo grupos de becarios e investigadores entre los que estaban José Luis Corretjé, Piedad Sancristóval (Es con “V”), Alfredo Díaz, o Javier Bonilla]. 

En definitiva: una extraña mezcla de gente con talento, gente con apellidos, y gente con problemas.

Supongo yo que en solo dos frases ya había dejado claro que no tenía ni puñetera idea de cómo funcionaba aquello, así que me asignaron al estudio de grabación, y no al de emisión. Mis compañeros fueron más que generosos, y en poco tiempo me familiaricé con los equipos. La edición con corte, o las mezclas, se me daban bien gracias a mi buen oído y, a pesar de mis carencias, me hice de querer.

Pero no había manera de etiquetarme, y eso era algo vital para algunos de los jóvenes -y clasistas- periodistas de Radio El País, que trataban por todos los medios de distanciarse de los técnicos. Ellos eran los culturetas, los que escribían bien, los expertos en política; los de la música eran unos golfos, gente de la noche, modernos, y vividores; y los demás éramos una extensión del mobiliario, gente gris que apenas entendía sus sofisticados chistes. Una vez, uno de los más antipáticos, al escucharme usando una referencia supuestamente culta cuando hablaba con Aurelio, el conserje, le dijo a otro en tono de burla “No, si al final estos técnicos acabarán leyendo a Proust”. Podía haberle metido un cabezazo ahí mismo, pero me quedé petrificado: Yo no había leído a Proust. Esa noche empecé con “El camino de Swann”, y no me detuve hasta acabar con los siete de “En busca del tiempo perdido”, me sentía dolido en mi orgullo. Por vez primera fui consciente de que era un ignorante, un patético patán, y me puse a leer todo lo que caía en mis manos, que no era poco, porque la biblioteca de mi padre empezaba a tener dimensiones alejandrinas.

[Con el tiempo y otros tantos menosprecios, me examiné de acceso a la Universidad para mayores de 25, aprobé y entré en Periodismo… Pero esa es otra historia].

Pero no todos los que allí trabajaban eran pedantes clasistas culturales. Algunos, como Carlos Llamas, se mostraban siempre cercanos y respetuosos (lamenté mucho su muerte, la verdad). Carlos había llegado de la mano de Contreras, y era un tipo de barrio, periodista, rojo, y del Atleti. No se podía pedir más. A Carmen “La Tortu”  también la tenía aprecio, con ese punto tan maternal, y esa forma tan dulce de resolver los problemas -aunque fueran provocados por el mismísimo Fraga-; Y a Julia Gil, con esas minifaldas hipnóticas, con quien mantengo hoy una relación digital constante…. Por supuesto que con Andrés Varela sintonicé rápido, teníamos muchas cosas en común en nuestro pasado y presente -así como en el futuro-, y con Javier P de Albéniz, a quien había conocido en los días de Radio Estudio y que llegó a la emisora tomándole el pelo a todo el mundo hasta ganarse el apodo de “guindilla”.

Cuarenta personas entre  los 20 y los 35 años de edad, con salarios generosos para aquellos días, entradas para conciertos, pases para baloncesto, y grandes planes para el futuro. Todos compartiendo edificio y ascensores con los respetables peridodistas del diario y con las distintas personalidades que les visitaban (Jamás olvidaré la postal que me regalaron Jesús Polanco y Quique Tourmix, compartiendo ascensor). En general era un gran lugar para trabajar, aprender, y divertirse.

Todo lo que he hecho después tiene su origen en aquel año tan especial, hace ya ¡40 años!

Acerca de Felipe Mellizo

Soy guionista, casi periodista, padre, pareja, ex-golfo, ex-aventurero, comilón, bruto, y seguidor del Atlético de Madrid.
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